Podía leerle un sinfín de historias al lado de la estufa, pero prefería correr tras sus propias leyendas.
Era un alma libre, que las palabras no alcanzaban a describir, pero que podía contenerse en una sola letra.
No era un concepto, simplemente era. Se había echo a si misma, y a su propia definición de la vida sin utilizar una sola palabra, solo a base de sonrisas y miradas brillantes.
Porque M era M, incontenible como el mar, veloz como un relámpago, un corazón de oro y dos alas de colibrí, una estrella fugaz. Un mundo reflejado en un estanque, una paradoja, un mural de Diego Rivera, una pintura de Dalí. Un beso de azúcar, el aleteo de una mariposa, una función de alquimia y astrología. Una caracola a la orilla del mar, con un mar dentro.

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