El viento en la cara, los pedales bajo los pies, sin destino y con infinitas escalas. Solíamos recorrer la ciudad sobre dos ruedas, sin mas apuros que las de cualquier mariposa.
Solo nos detenía la belleza de una plaza desierta, de un atardecer en la rambla, o de una buena comida después de rodar por el mundo.
Era la libertad en el movimiento, sonrisas cansadas y carreras sin ganadores. Era el mundo detenido a las seis de la tarde.
¿Cuantas veces nos perdimos? seguramente menos de las que nos encontramos.
Todas esas señales de "pare" que no nos pudieron detener.
Eramos tan aves, tan chicle de menta, tan calle y cielo, tan descubrimientos, tan nosotros.

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