En una tetera de tiempo pongo agua besada por el sol del medio día, dejada a hervir por siete minutos (ni uno mas, ni uno menos), agrego flores frescas, madre selva y jazmín, una o dos hojas verdes, y un poco de sombra para siesta al medio día.
Espolvoreo un poco de arena y un soplo de mar, unas gotas de lluvia de verano y limón, para conseguir un efecto de serenidad.
El canto de una chicharra, una ciruela madura, el jugo de una uva, una larga tarde con un brillante atardecer, el aire de un ventilador, un beso de aquel amor de un solo viaje a la playa y las historias de fogata y campamento, y lo dejo reposar.
Espero a que se enfrié, lo sirvo en una taza (la mas magia y llena de sonrisas que puedo encontrar), agrego un par de hielos y ya esta.
Una taza de verano






