aquel rincón olvidado de la ciudad era como un portal al reino de las hadas, al silencio de una tarde de verano acompañado por los susurros del tiempo. Inmaculado, como detenido en la eternidad, con el polvo a medio caer sobre las cubiertas de cuero y las horas estancadas a medio camino entre el mañana y el ayer.
La primera vez que entre me sentí tan ajena que abandone el lugar unos pocos minutos después, sin siquiera haber tocado una letra. sinceramente sentí que cualquier acción de mi parte rompería ese perfecto equilibrio etero y ya nada volvería a ser lo mismo. Me llevo un tiempo dejar que mis dedos corrieran por los lomos, y no fue hasta que caí por la madriguera del conejo que comprendí que lo efímero no era delicado, ni lo eterno fácil de quebrar.
La primera vez que entre me sentí tan ajena que abandone el lugar unos pocos minutos después, sin siquiera haber tocado una letra. sinceramente sentí que cualquier acción de mi parte rompería ese perfecto equilibrio etero y ya nada volvería a ser lo mismo. Me llevo un tiempo dejar que mis dedos corrieran por los lomos, y no fue hasta que caí por la madriguera del conejo que comprendí que lo efímero no era delicado, ni lo eterno fácil de quebrar.
caer por la madriguera no es fácil, porque es caer en el tiempo sin sentido, y abandonar la impaciencia cargada sobre nuestros pies. Caer por la madriguera implica convertirse en Alicia, y ser Alicia es como ser un extranjero en ti misma, es ver con ojos de niño toda tu alma, y re descubrir los paisajes de tu propia piel. Es, encontrar en caminos de palabras robadas, de palabras ajenas, sueños propios que ni siquiera sabias que habías perdido; es estar buscando entre las voces de otros el rastro de algo, aunque ni si quiera se sepa que.
Escucharte en las manos de un hombre de antaño o una mujer del pasado, verte reflejada en rostros que solo viven en tinta es perder la cabeza, es dejarse arrastrar por los sueños de otros y volverlos propios, es andar por un camino a cualquier lugar. La eterna hora del té encierra en si mismo los misterios de rincones como aquel, perdidos en la inmensidad del ruido urbano, justo en el cruce entre lo tangible y lo real, llenos de gatos sonrientes, listos para recordarnos que el país de las maravillas siempre estuvo en alejandria.




